Rescate De 30 Mil Libros Por El Señor De Los Libros De La Basura

“Lo que yo deseo es cambiar ese camión de basura por uno repleto de libros e irme por todo el país”, confiesa en Kienyke.com

José Alberto Gutiérrez pasa sus días en el volante del camión de basura y entre miles de libros. Tiene 53 años, y aunque está a punto de recibir su diploma de bachiller, calcula que ha leído al menos 200 novelas, revistas y cuentos. No tuvo acceso a la educación superior pero hoy sueña con llevar cultura a todos los rincones de Colombia.


En esa calle empinada y polvorienta del barrio La Gloria, en la localidad de San Cristóbal, todos los vecinos lo saludan con afecto. “Don José, buenas tardes”, “Qué más José”, le dicen niños y adultos cuando lo ven por ahí, caminando para tomar el bus que lo lleva para recoger los desechos de los habitantes de Bogotá o cuando sale de su casa con bultos de libros para repartir.

Sus vecinos conocen al pie de la letra su historia, lo admiran y destacan su labor. Pero más allá de esa montaña poblada que lo vio crecer y por la que el viento corre con más prisa, son pocos los que lo identifican. No imaginan que detrás del bigote, el cabello con canas y el uniforme verde de Aguas de Bogotá está el ‘Señor de los Libros’, como lo llaman ahora.

El apodo no es exagerado. En su casa, una sencilla vivienda de dos pisos, se respira aquel olor particular que emanan los ejemplares de hojas amarillentas, en donde el tiempo ha dejado su huella. Están por todas partes, justo en frente de la puerta principal y en cada esquina de los espacios que alguna vez fueron la sala y las habitaciones. Contarlos sería un trabajo dispendioso, llegan hasta el techo y tambalean en filas con el más mínimo contacto.

El día que Anna Karenina le cambió la vida a José

Es imposible no preguntarse cómo llegaron todos esos textos a la vivienda del conductor.
Hay títulos de medicina, esoterismo, arquitectura, sexualidad, economía, y filosofía. Se encuentra también literatura para niños, jóvenes y adultos desde el año 1800 en adelante. Él los trata con cuidado, toma el primer volumen que se le cruza en una de las estanterías y lo mira una y otra vez. Segundos después lo pone en su lugar y recuerda el día en que empezó su ambicioso proyecto.

“Anna Karenina de León Tolstoi fue el primer libro que me encontré manejando el camión. Fue en 1997, estaba en una caja con otros títulos, en un shut de basura en el barrio Bolivia Real, cerca de la Calle 80. Crecí amando la lectura pero en ese momento sentí curiosidad porque no sabía quién era el autor. No era un libro original, era como de papel periódico pero su carátula estaba bien”.

Entonces optó por darle un mejor destino que el Relleno de Doña Juana, a donde va a parar todo lo que los habitantes de la capital consideran basura. Lo llevó a su casa, lo leyó y tuvo una “conexión” con León Tolstoi. “Se convirtió en mi autor favorito. Luego leí El padre Sergio, que fue el más grande, el que me llegó al alma. Ese es mi libro favorito”, afirma en diálogo con este medio.

José Alberto Gutiérrez dice que su mamá le inculcó ese amor por los libros que hoy hace que sus ojos brillen con más intensidad. Fue ella quien le leyó algunas cartillas académicas y luego, por voluntad propia, él se interesó en las historietas de Kalimán, esas que intercambiaba por chatarra cuando salía a reciclar siendo apenas un niño, o por La Odisea de Homero, que disfrutaba en una casa que fue a cuidar en el barrio Nicolás de Federmán a sus 13 años.

Pero fue con el hallazgo de Anna Karenina cuando arrancó con su “especialización” en lectura, como la considera. Después de rescatar de la basura cientos de libros más, en 2001 emprendió una biblioteca para los niños de San Cristóbal, que no contaban con herramientas para sus tareas.

Luego llegó para él El Túnel de Ernesto Sábato, Otelo de William Shakespeare y Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. Y para su comunidad, llegó un centro cultural que hoy en día es reconocido en varias partes del mundo, porque hasta ‘La Fuerza de las Palabras’ han llegado desde cientos de niños del sector de La Gloria hasta alemanes, suizos y noruegos.

Más de 30 mil rescatados y 200 leídos


La pequeña biblioteca que disfrutaban los residentes del barrio creció de manera exponencial. “La bola se fue regando” y entonces José descubrió la fuerza que pueden tener las palabras. Las donaciones de libros llegaban por montones y los que él recogía ya no cabían en su casa. Pero el teléfono también sonaba constantemente, eran profesores de las escuelas más pobres y colaboradores de fundaciones para menores.

“Comenzó como una biblioteca para los niños. Nunca pensamos que fuera a crecer tanto, y ya hemos enviado libros a los pueblos de Cundinamarca, a Buenaventura, Chocó, Caquetá y Casanare”.

Según las cuentas de José, en su trabajo como operario de Aguas de Bogotá ha logrado recuperar más de 30.000 libros. Además, dice que ha leído al menos 200 títulos.

Tanto ha sido el alcance del Señor de los Libros que su esposa Luz Mery Gutiérrez también se involucró. Ha fungido como la cuidadora de los niños que acuden a la biblioteca a pasar sus tiempos libres y ahora acompaña a José en sus recorridos por Colombia.

“Me reclamó, porque ella no ha trabajado y no ganaba sueldo ni cotizaba pensión con la fundación, pero luego me dijo que este también era su proyecto de vida. Ha sido parte fundamental, ella sale a recoger libros y ahora ayuda a muchas personas”.

El regalo del Señor de los Libros para Bogotá

‘Don José’ sonríe, mira a su alrededor y dice que se siente orgulloso de lo que ha logrado. Ahora que su idea se masificó, no capta tantos libros desechados, como lo hacía antes. “Ha sido tanta la confianza de los bogotanos que ya no necesito reciclar los libros. Somos un intermediario entre los que tienen muchos y los que no tienen ninguno”, cuenta.

Por eso ya son más los que salen que los que entran a su casa. Los textos suben por bultos a un camión y llegan a las manos de los más pequeños, que en ocasiones no han tenido la oportunidad de tener ni un solo libro propio.

Este hombre bonachón sabe qué botan los ciudadanos a la basura y cómo lo hacen. Los textos aparecen apilados en cualquier shut o esquina de los barrios, en especial de estratos 3 y 4. De acuerdo con José Alberto Gutiérrez es una costumbre generalizada.

“Lo que cambia en los estratos es la calidad de los libros. Los del norte pueden ser de editoriales reconocidas y los de otros lugares ya son de papel periódico, más económicos. La gente los deja en cajas o bolsas pero nunca los revuelven con otros desechos, en ese sentido botar libros es como algo especial”, explica.

Por esta experiencia y por lo que la lectura produce en él, José es ambicioso. Le apuesta a una gigantesca fundación en la que no solo se encuentren textos, sino también clases de música, idiomas y manualidades. Un lugar abierto para los más pobres y para quienes estén dispuestos a aprender y enseñar.

“Nos donaron un lote para la bodega y la fundación. Está en el barrio Ciudad Londres, cerca de Juan Rey. Voy a ver cómo encuentro recursos para construir, para hacer en el segundo piso un centro cultural, en el tercero las oficinas y en el cuarto apartaestudios, porque la idea es hacer intercambios culturales con varios países”.

Él y su esposa, “tienen muchas ideas en el tintero”, confirma. Pero la primordial, dice sin dudar, es dejar el camión de olores nauseabundos, cargar otro vehículo con toneladas de material que eduquen, que ayuden.

“Queremos hacer una campaña para decirles a los colombianos: Todo lo que usted no utilice, dónalo que nosotros lo convertimos en cultura. La meta es cada niño de Colombia tenga un libro , inundar este país de libros “. 

La Fuerza de las Palabras no cuenta con apoyo financiero. Un par de empresas han hecho algunas donaciones pero José sostiene que no obtiene ningún lucro por esta labor. “Mi esposa y yo sobrevivimos de lo que yo gano. Solo hemos hecho con Bibliored dos contratos por $6 millones cada uno, que fueron para inversión del proyecto. Lo que sí es cierto es que hemos hecho un trabajo mejor que quienes reciben plata, lo hemos hecho con mucho amor y ya tenemos un doctorado en esta experiencia”, añade.

Se nota que su vida son los libros. Su día lo distribuye en más o menos ocho horas de trabajo en el camión de basura, unas seis para dormir y las demás entre los niños, los vecinos y quienes van a preguntarle por su historia.

Su escape, de vez en cuando, es el municipio de Pasca, en Cundinamarca. Allá “se escapa” con la naturaleza, camina, pasa tiempo en familia pero no abandona su pasión desbordada. En la maleta se carga un par de textos y disfruta de la calma de estar allá.

Su próximo reto será enviar a La Macarena, en Meta, al menos tres toneladas de libros. Luego, los destinos serán Barrancabermeja, Tunja y Cartagena. Porque eso sí, las letras lo han puesto a viajar para contar su experiencia.

“Estoy contento porque fui invitado a la Feria del Libro de Bogotá. Voy a dar una charla, es la primera vez que me tienen en cuenta. Pero antes, en noviembre, fui invitado a la Feria del Libro de Guadalajara, en México y a un evento en Chile”.

En unos años, espera darles otro uso a los libros más antiguos que ha recolectado. “Quiero dejar un museo para los bogotanos. Las enciclopedias ya fueron mandadas a recoger pero yo tengo un montón y vale la pena recatarlas. También guardo acetatos que son más que riqueza musical”, anhela.
Así como él, sueña con que los niños colombianos conviertan a sus libros en mejores amigos.

Con alegría considera incluso que la fundación mantiene con vida al ser que le dio la vida. Dice que ella se siente orgullosa y es precisamente a ella a quien le debe sus inicios.

“Mi mamá se siente orgullosa, creo que esto es lo que la tiene viva. Si no hubiera sido por ella, tal vez no hubiera recogido ese primer libro”.

Cuando concluye la conversación con el foráneo, José Alfredo Gutiérrez le pide que escoja al menos dos libros. Es su agüero y su ley: “Regalamospero pedimos que estén siempre rotando. Es una cosa mágica, todo el que viene aquí tiene que llevarse uno o dos, porque por cada uno de los que regalo llegan 100 más. Es una conspiración con el universo. Es la maldición más bonita”, finaliza antes de recomendarle a su visitante algunos de los ejemplares de su colección.

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